domingo, 14 de octubre de 2012

María Cecilia Sánchez



Fronteras
El día se estrella con la noche,
la noche soberbia reverbera el día,
se adueña del tiempo,
pasado, presente y futuro
inquietan al precavido,
se ensañan con el impertinente
y desalojan al apático.
Los pensamientos siguen curso
aunque las luces se extingan.
La máquina del mundo y el alma caminan
en un ritmo siempre dispar.
Brotan las dudas, se juran mentiras,
se escandalizan las avenidas,
las de tu espíritu y las que cruzan las esquinas.
Qué desconcierto, qué desidia,
no encuentro el dios que cicatriza las heridas.

Interrogante
Cuando llega el último tirón no estoy prevenida
El vacío puede llenarse,
para qué está la fantasía
Quién dirá cuando es cuando y cuando es nunca
Quién solucionará lo que se desea y abruma
Las palabras canalizan
envuelven, se aproximan
Confío en ellas porque son la única medida.
Lo imposible cautiva
invita,
me conmueve pensar
que aún sigo viva.

María Cecilia Sánchez M.

¿Qué pesan más en la cintura, los dolores o los recuerdos?
Pablo Neruda
La mujer sale de su casa, piensa,  mira hacia lo alto, al cielo  indeciso, hay sectores en los que algunas nubes parecen cargadas, llevan el color ceniciento  de las lápidas. Otros,  dejan abierta la posibilidad para descubrir un día espléndido. Decidió que las nubes se irían a otro cielo. Se levantó optimista, y era lunes,  la incluimos dentro del grupo de los que miran el vaso medio lleno o …¿creerá que si ella lo desea con su buen ánimo impedirá que llueva?
Optimista pero sin creer del todo lleva el paraguas. Recurriendo a aquellos pensamientos esotéricos que nunca la abandonan del todo,  recuerda que en ocasiones similares en que el día se comportaba más neurótico que ella y tocaba ir a terapia, a la salida la esperaba un torrencial. En mitad de la sesión comienzan a sentirse los truenos, los vidrios tiemblan, intenta mantenerse al margen pero son como el piropo grosero del que quisiéramos evadirnos en la calle, no hay forma de no oírlo. Así de violento así de certero.
Enojada con el clima que no se guió por su antojo a la vez  orgullosa de su intuición llega a la parada de colectivos. El agua se transforma en enemigo que no da tregua  y se filtra lentamente por los respiraderos de la ropa. Parece un día de bifurcaciones, podemos  asegurar que la noche anterior leyó a  Borges. Optó por sus laberintos que la llevarían a un sueño rápido y placentero en vez de hacer  interminables e improductivas consultas con la almohada. Se presenta una nueva ocasión para elegir, evalúa las peripecias, de un lado el mal tiempo, del otro, la cercanía de su próxima parada, el meditar caminando y por sobre todo, las maniobras y la plasticidad que precisará para no chocar ni mojar a ningún pasajero.
A la cuadra de echarse a  andar, una diminuta mujer, (no hacemos referencia a una pequeña dama o a una de edad temprana, sino a una anciana), de mirada transparente, cansada, la conmueve y le pide compartir el paraguas un par de cuadras. Nadie se negaría, lo haríamos incluso con el mayor agrado. La ternura o la culpa que brotan de la evocación a su abuela, la llevan a desviarse algunas cuadras cosa que se encarga de omitir ante las preguntas de esta otra mujer que ya le simpatiza por osada.
Una vez que se despide comienza a percibir que para salvaguardar aquellos frágiles pies ha incurrido en sumergir los suyos en las infaltables y múltiples lagunas urbanas. Elige continuar este sendero y retomar más adelante el camino habitual. Aún es lunes, aún es optimista, aún siente regocijo por haber hecho una acción que finge ser desinteresada, aún opta.
La vemos caminando, este nuevo sendero le simpatiza para explorarlo, optó por volver     unas cuadras cuando esté llegando. Ataviada en sus elucubraciones no previno el auto que a su paso alzó una ola inusitadamente veraniega, un gol de otro partido. No hay forma de presentar quejas o que alguien pague con unas míseras disculpas por este baldazo no pedido. El caballero andante siguió viaje.
Así es como la observamos tomar el colectivo que había evitado, con el agua a cuestas queriendo sacudirse y salpicar como perro bravo. Toma una veloz ducha, mientras esta lluvia artificial se lleva las secuelas de la real, se pregunta por el destino, ese poético nombre que le damos a nuestras decisiones, piensa en la libertad, en lo determinado, en la voluntad.
Al salir nuevamente se endereza cuán larga es, mira en todas las direcciones y la escuchamos vociferar a nadie, aunque sabemos que nos habla a nosotros: puedo sentir el peso de mis elecciones en la cintura.

María Cecilia Sánchez M.

martes, 2 de octubre de 2012

María Luisa Siciliani

Cassianne

Las localidades del Teatro Olimpo se habían agotado. Decían que hasta se había pagado sobreprecio.
¡Inaudito. No es gran cosa y con esta crisis!
En los medios se oían diferentes voces, cuando lo usual es la tautología.
La obra ya se había presentado en varias ciudades, con un éxito total.
El aparato propagandístico giraba alrededor de “El Musical”. Gran despliegue escenográfico con ciento cincuenta bailarines, escenario giratorio, suelta de palomas y globos, una impecable orquesta y sobre todo ella: la grande, la odiada y amada Cassianne.
Detrás del telón, los tramoyistas corrían de aquí para allá; un cierto desorden, parloteo. Brillos y plumas por los pasillos. En el foso, la orquesta ensayaba.
El camarín, siempre herméticamente cerrado por su ayudante.
Aunque Cassiannne al ser dueña de un estilo, se encargaba de toda su producción.
Eela era diferente, lejos de escandaletes, no  pretendía rodearse de cosas exóticas. Su único pedido un camarín completo y con absoluta privacidad, sólo con acceso a su dama de compañía.
Era querida, sencilla, callada con sus compañeros.
Esa noche estaba nerviosa como nunca, un público difícil, dijeron.
Con las palmas hacia arriba elevó aún su protuberante pecho, colocó sobre su cabeza adornos de pedrerías y plumas que sostenía con glamour. Se persignó y salió a escena.
Iba pensando en las escaleras ¿por qué tan altas, sinuosas?¿por qué si había que  bajarlas como una diosa del Parnaso, con tacos tan altos?¿Si tropezara, si resbalase?. Entonces dilató las fosas nasales de su imperceptible nariz aguileña; ejercitó una respiración y se relajó.
Los primeros compases se dejaron oír, se ubicó detrás del telón. Se abrió lentamente.
La luz blanca dibujó un círculo perfecto; ahí estaba en toda su estatura, más de metro ochenta. Su cuerpo largo, elegante descendiendo con la melodía “My heart belongs to daddy”.
Las exclamaciones y la ovación tranquilizaron el corazón de Cassianne. Cada noche, salir a escena representaba un desafío, el calor del público la ayudaba.

Ella era novata en su estilo, sólo en tres años había saltado desde un casting a la fama. El atreverse fue su salvación. La  habían despedido de su puesto de analista de sistema  y no conseguía otro por estar súper calificada; esa era la respuesta que recibía cada vez que se presentaba a alguna entrevista.
Como muchos, tenía una familia que mantener y diciéndose hago cualquier cosa, con poquísimas posibilidades se presentó a dicho casting resultando ganadora por mayor puntaje.
De esa forma,  comenzó a bailar y trastornar corazones, especialmente en las primeras filas que eran ocupadas por ejecutivos que insistían en invitarla a sus departamentos; ofrecían viajes y todo lo imaginable.
Su camarín relucía en flores y elegía uno para  llevarse.
Salía por la puerta trasera para evitar el gentío. Su vestimenta daba un poco que pensar, siempre jeans, mocasines, sacos de cuero _invierno o verano- y una gorra con visera que ocultaba parte del rostro.
Siempre acompañada por esa señora mayor, fiel, tomaban un remisse que las aguardaba después de cada función.

En el escenario el espectáculo estaba por finalizar y entre bastidores preparada para recibirla con la capa que Cassianne se cubría estaba su acompañante, guardiana y ya con disimuladas canas. Juntas marcharon al camarín y se encerraron.
Cassianne la abrazó alzándola sobre su pecho, ella la acariciaba con dulzura mientras le interrogaba: ¿te cansaste mucho?, ¿llamo ahora?.
No, dame media hora…o no…mejor llamo ya. Tomó su celular, del otro lado le atendió su mujer; desde hacía diez años, la que lo convenció para que acepte ese trabajo.
Él le preguntó que flores quería, tengo rosas de todos colores, alelíes, iris.
-Las que vos quieras. No se demoren ¿venís con tu mamá, sí?. Terminé la cena., las nenas ya duermen, te esperan para desayunar así que tendrás que madrugar, mi amor.
No importa.
Con movimientos suaves se quitó el adorno de la cabeza, los aros; la malla estaba ya en el piso y con ella despareció Cassianne dejando la figura desnuda, bien proporcionada de un hombre joven que demaquillándose entró en la ducha silbando satisfecho “My Herat belongs to daddy”.


María Luisa Siciliani

Marta Enrique




Ruego
A José Pedroni

Madre, yo no sé qué hacer
para disipar su enojo,
mi amor se me vuelve grito
y usted le pone cerrojo.

Él, un herrero candente,
que me deja sin aliento.
Yo, una frágil amapola,
que la deshojan los vientos.

En el baile entre sus brazos      
toda temblor, toda gozo.
Me va fogueando mi cuerpo
con las chispas de sus ojos.
De noche cuando me acuesto
sueño que forja mi cama,
el humo que suelta el hierro
se filtra por la ventana.

Por más que cierre postigos
se me escapan los suspiros
y ese calor  de la fragua
se viene a dormir conmigo.

Madre, si la luna hablara
Madre, si escuchase el río!
Dirán que muero de amor
en un grito contenido.

Por el amor de madre
que se adivina en sus ojos
déjeme casar con él!
le estoy rogando de hinojo

Por mi vestido de novia
y este ramito de lirios
no permita que lo estrene
con lumbre de cuatro cirios.

Marta Enrique

Recuerdos

Tengo un cofre con candado
de pino color marrón.
Tengo un chupete rosado
con forma de corazón.

Guardé un babero bordado
con rositas rococó.
Guardé un mechón de tu pelo
atado con un cordón.

Lo que no guarda ese cofre
lo guarda mi corazón.
Marta Enrique


Adolescente

Adolescente…no sólo es un rostro brotado a primavera; a veces, paisaje en blanco y negro, estallando en gritos estertóreos y otras…columpios de sueños reposados.

Imaginate una escuadra: transparentando la vida.

En el vértice inicial te sostiene mi mano, te voy soltando para que avances.
Te espera la aventura, caminos arriesgados.
Puedes salir ileso, o las trampas del amor te suelten chamuscado.
El final, quién lo sabe, hijo -como en un mazo de naipe- tiene la suerte echada.

Marta Enrique

Natalia Samburgo




El golpe final

Cuando me recobré ya era otra. Eso fue lo que ocurrió. Yo aguardaba a que prosiguiera, dijo cautelosamente: Fue como haber batallado mil peleas en una sola. Confiaba en que todo saldría bien. Tenía plena seguridad de ello. Sin embargo, cuando menos me lo esperaba ella vino directo a mi, a una velocidad que no pude detener. Mi cuerpo y mi mente se desplomaron, derrumbándose en milésimas de segundos. El olor del asfalto era sinónimo de una derrota inminente. Haber conocido a mi adversario hizo que mi coartada cambiara de una vez para siempre.

Natalia Samburgo

Manos
Manos que acompañan,
Que pintan, que bailan,
Que recorren, que sanan,
Que cuidan, que aman,

Tus manos y las mías
Por siempre entrelazadas.
Cuando mis manos y las tuyas
No dancen en el agua,
No es que ya no quiera,
Es que están cansadas.

Natalia Samburgo


Paisaje

El incesante pensamiento de lo perdido, el fangoso terreno intransitable de aquel paisaje  inhóspito., hacía olvidar toda preocupación reinante.
Montañas y pastizales, distintos verdes, no hacían otra cosa que mencionar lo vivido.
Ser puntual ya no importaba…las horas: sólo recuerdo.
Cuando su ánimo estaba caldeado corría sin rumbo y la esbelta figura se desvanecía en un paisaje, infinito.

Natalia Samburgo