Fronteras
El día se estrella con la noche,
la noche soberbia reverbera el día,
se adueña del tiempo,
pasado, presente y futuro
inquietan al precavido,
se ensañan con el impertinente
y desalojan al apático.
Los pensamientos siguen curso
aunque las luces se extingan.
La máquina del mundo y el alma caminan
en un ritmo siempre dispar.
Brotan las dudas, se juran mentiras,
se escandalizan las avenidas,
las de tu espíritu y las que cruzan las esquinas.
Qué desconcierto, qué desidia,
no encuentro el dios que cicatriza las heridas.
Interrogante
Cuando llega el último tirón no estoy prevenida
El vacío puede llenarse,
para qué está la fantasía
Quién dirá cuando es cuando y cuando es nunca
Quién solucionará lo que se desea y abruma
Las palabras canalizan
envuelven, se aproximan
Confío en ellas porque son la única medida.
Lo imposible cautiva
invita,
me conmueve pensar
que aún sigo viva.
María Cecilia Sánchez M.
¿Qué pesan más en la cintura, los dolores o los recuerdos?
Pablo Neruda
Pablo Neruda
La mujer sale de su casa, piensa, mira hacia lo alto, al cielo indeciso, hay sectores en los que algunas nubes parecen cargadas, llevan el color ceniciento de las lápidas. Otros, dejan abierta la posibilidad para descubrir un día espléndido. Decidió que las nubes se irían a otro cielo. Se levantó optimista, y era lunes, la incluimos dentro del grupo de los que miran el vaso medio lleno o …¿creerá que si ella lo desea con su buen ánimo impedirá que llueva?
Optimista pero sin creer del todo lleva el paraguas. Recurriendo a aquellos pensamientos esotéricos que nunca la abandonan del todo, recuerda que en ocasiones similares en que el día se comportaba más neurótico que ella y tocaba ir a terapia, a la salida la esperaba un torrencial. En mitad de la sesión comienzan a sentirse los truenos, los vidrios tiemblan, intenta mantenerse al margen pero son como el piropo grosero del que quisiéramos evadirnos en la calle, no hay forma de no oírlo. Así de violento así de certero.
Enojada con el clima que no se guió por su antojo a la vez orgullosa de su intuición llega a la parada de colectivos. El agua se transforma en enemigo que no da tregua y se filtra lentamente por los respiraderos de la ropa. Parece un día de bifurcaciones, podemos asegurar que la noche anterior leyó a Borges. Optó por sus laberintos que la llevarían a un sueño rápido y placentero en vez de hacer interminables e improductivas consultas con la almohada. Se presenta una nueva ocasión para elegir, evalúa las peripecias, de un lado el mal tiempo, del otro, la cercanía de su próxima parada, el meditar caminando y por sobre todo, las maniobras y la plasticidad que precisará para no chocar ni mojar a ningún pasajero.
A la cuadra de echarse a andar, una diminuta mujer, (no hacemos referencia a una pequeña dama o a una de edad temprana, sino a una anciana), de mirada transparente, cansada, la conmueve y le pide compartir el paraguas un par de cuadras. Nadie se negaría, lo haríamos incluso con el mayor agrado. La ternura o la culpa que brotan de la evocación a su abuela, la llevan a desviarse algunas cuadras cosa que se encarga de omitir ante las preguntas de esta otra mujer que ya le simpatiza por osada.
Una vez que se despide comienza a percibir que para salvaguardar aquellos frágiles pies ha incurrido en sumergir los suyos en las infaltables y múltiples lagunas urbanas. Elige continuar este sendero y retomar más adelante el camino habitual. Aún es lunes, aún es optimista, aún siente regocijo por haber hecho una acción que finge ser desinteresada, aún opta.
La vemos caminando, este nuevo sendero le simpatiza para explorarlo, optó por volver unas cuadras cuando esté llegando. Ataviada en sus elucubraciones no previno el auto que a su paso alzó una ola inusitadamente veraniega, un gol de otro partido. No hay forma de presentar quejas o que alguien pague con unas míseras disculpas por este baldazo no pedido. El caballero andante siguió viaje.
Así es como la observamos tomar el colectivo que había evitado, con el agua a cuestas queriendo sacudirse y salpicar como perro bravo. Toma una veloz ducha, mientras esta lluvia artificial se lleva las secuelas de la real, se pregunta por el destino, ese poético nombre que le damos a nuestras decisiones, piensa en la libertad, en lo determinado, en la voluntad.
Al salir nuevamente se endereza cuán larga es, mira en todas las direcciones y la escuchamos vociferar a nadie, aunque sabemos que nos habla a nosotros: puedo sentir el peso de mis elecciones en la cintura.
María Cecilia Sánchez M.