Yo no sé qué carajo le habrá visto la Elsa al Turco. La Elsa, nada menos que oficial de la fuerza. El Turco, pobre maestrito de escuela...
Con la Tere no podíamos parar de reírnos cada vez que los veíamos pasar de la mano: la Elsa, que no paraba de engordar desde que se casaron, le llevaba una cabeza al Turco, flaquito, esmirriado.
La Elsa, siempre con cara de culo, parecía no parar de cagarlo a pedos al Turco que, pobre, se deshacía en sonrisas y morisquetas.
Teresa, en cambio, era una mujer astuta. Con tal de conservarme a su lado, estaba dispuesta a satisfacer todos mis caprichos, por insignificantes que fueran. A la menor insinuación de mi parte, cambiaba de peinado, o dejaba de usar una blusa. En suma, aparentaba tener las virtudes de una perfecta esposa.
Aparentaba.
La Tere era una mujer astuta. Mirá que dejarme plantado a mí...
Yo no sé qué carajo le habrá visto la Tere al Turco.
Sergio Cabrerizo
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De aguante
_¡Yo me las aguanto_ dije.
Mientras me secaba, con el revés de la mano, los charcos que, gracias a los tirones de pelo de mi hermanastra, me inundaban los ojos. Ella no quedó mejor.
La miraba de rabo de ojo, mientras la China alias “la Loli”, le ponía paños de salmuera para deshinchar los golpes.
_Ni yo sé o que me pasó_ siempre dando lástima, más sumisa que gato capón. Y de golpe me sale el indio, mejor dicho la india, como me dice la Loli.
Yo estaba bien acostumbrada a que la Loli me tire de los pelos por cualquier cosa, hasta a decirle Loli, me acostumbré. Que viene a ser un seudónimo o algo así. Porque ya no le gusta que le digan Arsenia; y como es hija única y ahora ya es señorita, le ha dado por refinarse.
Pienso que la culpa tiene que ser de esos diarios que le compran a Tarzán, cuando pasa vendiendo a la siesta, que le dicen así porque anda a los gritos y no se le entiende nada.
De ahí que ella copia las modas y me hace hacer unos fruncidos para acá y para allá. Y sale toda emperifollada, para mandarse la parte nada más, por más que se esfuerce por hablar a lo fina y le diga montículo al alto de bosta de vaca o “¡dejá de ulular!” cuando yo pego un alarido si me saca los pelos. Igual sigue siendo una pobre pajuata, que no sabe hacer nada y aunque a mí me diga que soy una cuchufleta bastarda no me importa porque yo sirvo. ¡Y bien guapa que soy!
La cosa vino por una pollera a la que no le marqué las tablas para planchar; tenía apuro porque se pasaba la hora del recreo de los presos en la cárcel, por unas monedas les hacía los mandados; y si llegaba tarde, me ganaba el Tito boleón.
La cuestión es que me revisó la ropa antes de que saliera y me prendió de atrás cuando me iba yendo. A mí como nunca me agarró un no sé qué, me di vuelta y le empecé a dar como para que tenga, como no le dieron en su putísima vida.
La Loli me quería separar y gritaba: “A mi hija no, guacha. Vas a ir a parar a un reformatorio con las monjas. Ahí vas a saber lo que es bueno”.
Yo a ella la empujaba con mucho respeto, pero igual la mandaba lejos.
“Ya vas a ver cuando llegue tu padre”.
Y ahí se me prendió la lamparita.
-Yo también tengo para contarle_ les dije_ cada dos por tres se hace la rabona y en vez de ir a la escuela se esconde en las cinacinas con el Hereñú y más de una vez la vi de puntitas de pie para alcanzar a besarle.
Y con eso bastó, se quedaron quietitas.
Después en su cuarto, ella buscó el recorte de diario donde se explicaba el difícil maquillaje Cleopatra tan de acuerdo con su peinado y ayudada por el rimel, el lápiz y los pinceles convirtió su rostro infantil en una máscara de ojos inmensos, atónitos, ante la entrada del pa’, con miedo de mi amenaza.
Me sentí por primera vez ganadora y ante el silencio de las dos, secándose el lagrimeo, las miré desafiante y dije:
_Yo me las aguanto. Yo me las aguanto._
Marta Enrique
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Genaro
Inesperadamente la avaricia te coquetea e intenta
velozmente intimidarte. Débiles ante semejante proposición creemos saberlo todo y cuando menos lo esperamos, la noche cae sin avisar. Y que sería sin todos esos chismes baratos que adornan las vidas de unos cuantos y mortifican a tantos otros. Tratándose de nosotros, acomplejados por naturaleza y complicados por convicción, nos encontramos buceando en las más aterradoras profundidades, en busca de indicios por justificar. Decenas de historias desterradas y otras clavadas como anzuelos desangrándonos la piel como si fuésemos corderos. Infancias olvidadas y adolescencias ignoradas. Cada tanto un buen recuerdo nos cachetea para que comprendamos que aun seguimos vivos. Y ,por qué no mencionar la historia de Don Genaro. Se despliega ante nuestros ojos lobos disfrazados de corderitos. ¡¡¡Cuántos hemos vistos!!! ¡¡¡Y cómo nos han engañado!!!. Don Genaro era del tipo que todos definirían como un hombre de principios, sin embargo… . Sus bajos instintos cada tanto lo traicionaban, no resistía los cuerpos contorneados. Salivaba ante la presencia de alguna refinada mujer y casi siempre ardía como si fuese un gigante dragón, enfurecido expulsando llamaradas de deseos. Su vida tenía muchas historias e infinidad de mujeres que hábilmente supo adular. Su fama de mujeriego hizo estragos en la comunidad. Había sido un veleta, un picaflor, pero la culpa no era de él, que en el fondo tenía un corazón de oro, sino de las mujeres que como perras alzadas se le ofrecían descaradamente… .
Natalia Samburgo
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Las veo salir de la escuela con las polleras más corta de lo que debieran. Tan candorosas ellas, con esa vestimenta. Pero yo sé cómo son. Lo digo, aunque me gusta la rubia de 4ºC y, me parece que me estoy enamorando.
¡Qué tonto que soy! Pero es más fuerte que yo.
Las veo y tengo que llevarme la mano al pecho, disimuladamente, claro; porque mil caballos galopan en mi pecho y no puedo aquietarlos.
Pero no. No puede ser, si mamá no se cansa de decirme que son unas puercas y unas tramposas, que debo someterlas a mi voluntad y de ningún modo dejarme atrapar, excepto si logro seducir a una rica heredera…Ella no parece serlo.
Tendrá razón la torcida de mamá (perdón mamá).
Para mi son unos ángeles, unas diosas. Y lo de puercas, que lo sean conmigo, yo las dejo, especialmente a mi rubia.
Elisa González