jueves, 27 de junio de 2013

Dos páginas de un diario, Cecilia Sánchez


Dos páginas de un diario

Jueves 26 de Julio de 1974


El día empezó apagado, nostálgico, el cielo plomizo tenía unas ganas locas de llorar, pero como yo, contenía, aguantaba, se ahorraba las gotas vírgenes para el momento oportuno.
Ayer discutí acaloradamente con mi madre, ya sabés, ella no soporta lo que puedan decir los demás. Los demás, ya sabés, son las dos hermanitas ocupadas en husmear vidas ajenas de al lado de casa, las solteronas arrepentidas del barrio. Me vieron acompañada de Carlitos. Carlos, que aún lleva los cortos y las benditas medias color caqui con los mocasines negros, que parece tener de a montones. Quedaron consternadas (más bien saboreando el hecho como sapo que atrapó una mosca particularmente gorda) porque la semana pasada también estaban en la ventana con sus ojos de búho mientras conversaba con ese muchacho (E) de pelo ensortijado y mirada astuta, yo no pude eludir su presencia pero tampoco podía dejar de pestañar y reír por sus ocurrencias a boca de payaso, ya sabés, esa risa por la que me abofetearía si me viera en el espejo. Traté de esperar a que doblara la esquina para pegar un salto de alegría pasando por alto la existencia de la CIA de Echesortu. Parece que como ellas, mi madre, encuentra un partido inigualable en el casi doctorcito de Carlitos Guzmán.
Creo que lo más triste  no fue la discusión sino todo lo que no me animé a rebatirle y que, además,  me siento culpable porque mi corazón anda pensando día y noche en las manos curtidas y varoniles de (E), en sus ideas de libertad, en su voz que trasluce sueños pero que le sale grave por saber leer la realidad, en su caballerosidad y sus halagos sutiles.
Él es mucho para mí, un poco me intimida, pero después de la tarde de hoy donde ese cielo dejó de ser invisible oruga transformándose en mariposa multicolor y mis traiciones parentales en verjas con alambres de humo creo que puedo ganarme su estima y dar rienda suelta a mis fantasías con él.
Le dije que me iba a afiliar al partido y el martes me espera para repartir panfletos de no sé qué cosa, me lo dijo clarito, estuvo hablándome varias horas del tema mientras yo lo miraba y veía un campo de amapolas pero ahora no lo recuerdo bien.
El gran dato es que me besó…. En la mejilla, claro, como hacen los hombres que respetan a una chica como yo.


Martes 31 de Julio, 1974


Sabés que no es mi estilo dejar sentada las vivencias cuando aún están frescas pero un impulso voraz me pide que deje plasmado mis sentimientos para aliviar un poco, sólo un poco, porque sé que es un cometido imposible calmar mi… no quiero decir angustia, tampoco ansiedad, no puedo definir claramente lo que me invade ahora.
Casi termino detenida y (E) se llevó una paliza tremenda por protegerme, creo que se vio obligado a hacerlo cuando mis lágrimas infantiles y mi grito espasmódico irrumpieron en la escena. Traté de esconderlo, de reaccionar fríamente pero, ya sabés, soy muy blandita cuando aparece la violencia. Ni siquiera puedo aguantar mi pesar cuando papá se enoja por el pan de “Las Barillas” si no se puso en la mesa su preferida baguete de “Los nonos.”
(E) pasó a buscarme por la puerta de la facultad y me saludo un poco brusco mirando hacia todas las esquinas, un simple hola, sin besos ni nada, sin darme la barrita de Fel-Fort de cada cita.
Nos congregamos en una casa en la que no parecía vivir nadie, una especie de centro de reuniones con sillas remendadas de diferentes materiales, una mesa atestada de papeles y diarios marcados  con rojo en artículos que en casa siempre se pasan por alto, una garrafa para calentar nuestros cuerpos helados y la pava que alcanzó para un mate cada uno; allí no había cristo multiplicador aunque ni falta hacía, era tal la efervescencia que el aire parecía ligado por un hilo invisible de palabras no dichas y silencios comprendidos.
Complicidad entre ellos, porque cuando quise preguntar de qué hablaban dos de los que daban indicaciones sentí el pie de (E) caer fuertemente sobre el mío. Me dijo que completara una ficha y que lo esperara en el pasillo.  
En la esquina de San Lorenzo y Balcarce repartimos los volantes (no paramos de sonreírnos) hasta que unos hombres vestidos en cuero negro se bajaron de un auto y comenzaron a perseguirnos.
No quiero recordar todo otra vez, tampoco tengo demasiado tiempo. En unas horas él me pasará a buscar. Me pidió que armara un bolso con una muda de ropa, los documentos y lo mínimo indispensable para un fin de semana en Córdoba, ya sabés, coincide con el campamento del equipo de vóley del club al que mi familia cree que iré.
No sé cuáles serán sus planes pero creo entender que ya no puedo ser una chica como yo.

                                                                          Cecilia Sánchez                                                            

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