sábado, 15 de diciembre de 2012

Cecilia Sánchez

Déjala correr
La tinta se secó. El sol se tornó ácido, tan cínico,  incapaz de germinar los jazmines frente al río.
No quedó ni la podredumbre de las promesas en noches de letargo, de destellos absurdos con los que tejiste una historia sin nudo posible.
Él tuvo su acto solemne, lo emancipaba, el daño menor. El cobarde escudo que lo auxiliaba en su razón…. por tu bien.
Espiaste a medias, con el ojo semi abierto, pequeña rendija para distorsionar su imagen. Y necesitaste siempre un poco más, ninguna prueba era la verdad porque no era eso lo que deseabas. No bastó con el escepticismo. Un sueño seco y agudo no atenuó el golpe. El viento arrasó también con la grana amarilla.
La encontraste, la verdad no te hizo libre, te ató infinitamente a la compasión, acorazando una semilla que nació de otra. No cediste, te volviste faro. Vos que supiste ser agua salada, donde peces impolutos y algas aterciopeladas se colmaban. No podías ser vela y derretirte en otras manos, tenías que ser la soledad del faro, incólume en el sur más inhumano.
¿Eras mejor que eso? En la noche siempre llena, no salías cuando estaba a medias. Ese dolor era tu pertenencia, todo tuyo. Los embates te dejaban en el lugar de las respuestas.
Sus caricias, susurros que te acunaban, eran filosas dagas. Cada vez que te amaba era una piedra en tu espalda. Pero a  vos te gustaba ser el blanco de la perfección. Una madera tallada en heridas, no había venda suficiente para evitar que  toda esa  luz se escapara.
Elegiste ser el perfume de una flor que no muere. En ese cuerpo el veneno echó raíces, se fundió con tu sangre y formó capas, sólo capas de amarga piel.
Mutaste y ahora no te encontrás. Eres recuerdo borroso,  noticia del día anterior. La tinta se secó, ahora escribes sin un gesto de emoción.  


                                                                                                                                              Ser

Era el habitáculo cálido,
había luz pero no incendiaba
había sonidos, como melodías
que acariciaban cuando no existía palabra.

Es el único lucero que brilla
aunque tenemos los ojos velados a él.
No se recuerda pero se extraña
Se anhela, se desea hasta la demencia
aunque no se conoce.

¿Será un precipicio, un túnel,
un laberinto, un resquicio,
un agujero sin centro?
Mi todo y mi nada,
mis aliadas para nombrarte
cuando no sé cómo llamarte.

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