Once de octubre: se suicidó Emiliana. Hoy. Tenía trece años.
Los medios dieron la noticia con patetismo, abriendo interrogatorios: cómo y por qué si pertenecía a una familia bien constituida, cursaba la escuela con excelentes notas, hablaba inglés y francés a la perfección.
Emiliana, quizás otra Electra, descansa en paz.
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Emiliana había nacido en el norte, su madre, soltera la regaló. Era muy joven,. Estaba sin trabajo y la criatura era un problema.
La familia Fuentes Echagüe estaba en trámites de adopción. Ella morena, dinámica, abogada. Él, algo mayor que ella, hombre de fortuna, irreflexivo.
Ni bien les avisaron – habían confirmado el pedido de adopción en todo el país- fueron prontamente en su lujoso Audi.
Sólo tenía dos días e iba a tener dos madres.
Cuando Amalia la tuvo en sus brazos comenzaron a tejer ese hilo amoroso que sólo el que da y el que recibe siente y reconoce.
Sin pérdida de tiempo y alegres llamaron a amigos para que los ayudasen con trámites y compras, que en su ansiedad querían hacer. Hacia llá partieron los Ayerza, joven pareja sin hijos.
Emiliana era el centro, tenía un cierto aire de la familia materna adoptiva, morenita.
Terminados los preparativos necesarios, emprendieron el regreso. Roberto al volante, Ignacio a su lado; atrás Amalia con Emiliana en sus brazos y Graciela que repartía mimos a madre e hija.
Cruzaban un puente cuando el auto tumbó cayendo al río. Nadie supo después contar lo que pasó.
Los vecinos y bomberos llegaron antes que la policía. Roberto estaba desmayado y le sangraba la cabeza. El cuerpo de Ignacio flotaba inerte, al igual que el de Amalia. Graciela resultó con una pierna quebrada. Emiliana no aparecía.
La lluvia, la oscuridad, los nervios dificultaban la búsqueda.
Graciela, extraviada repetía: yo le dije. Como pudo avisó a los familiares.
Roberto quedó internado y a Graciela la enyesaron.
Terminó su declaración, siendo la única testigo; contrató los servicios de traslado y después quedó aletargada.
Un paisano a caballo, al otro día encontró a Emiliana flotando a un kilómetro aproximadamente, río arriba. Casi se pensó en un milagro. La bebé sólo tenía hambre.
Entonces, los diarios y la televisión dieron la noticia, pero como hoy las noticias mueren de sobredosis.
Emiliana pasó de los casi muertos brazos de Graciela, que igualmente le transmitían calor, a los de su tía Manuela, la mayor de las hermanas de Roberto. Soltera, ferviente creyente, la única que aceptó a esa nena abandonada por su madre biológica y arrojada fatalmente a un río por su madre adoptiva.
Así comenzó la acorta vida de Emiliana. Corta en el tiempo universal, no en el suyo, porque desde que nació llevó el odio de un padre que insistentemente la abandonara.
Creció sana, robusta, sin embargo casi nunca sonreía.
Esta chica tan inteligente y hosca_ decían sus maestros. Siempre estás con trompa fruncida, le decía Manuela.
Roberto, después del accidente, se compró un pequeño crucero y vivía navegando. Nada de mujeres en mi vida, pensaba.
Visitaba a Manuela para llevarle dinero y que nada le faltara a Emiliana. Apenas hablaba y a la chica la miraba de modo indescifrable. Ante esas miradas, Emiliana se sentía culpable de las muertes, de ser como era. Ella amaba a ese hombre lejano, que no le permitía ningún acercamiento.
Se había enamorado sin motivos, sólo quería abrazarlo y que sea su padre, que todo había pasado, que olvidaran como lo intentaba ella por las noches, cuando se sumía en soledad.
El atardecer del 7 de octubre, apareció un Roberto amable, sonriente y les dio la noticia.
Manuela se alegró, finalmente Emiliana se iría a vivir con su padre, se desentendería de responsabilidades y volvería a su vida de antes. Que las asumiera la otra, la que se casaría con Roberto el sábado 15 de octubre.
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