martes, 2 de octubre de 2012

María Luisa Siciliani

Cassianne

Las localidades del Teatro Olimpo se habían agotado. Decían que hasta se había pagado sobreprecio.
¡Inaudito. No es gran cosa y con esta crisis!
En los medios se oían diferentes voces, cuando lo usual es la tautología.
La obra ya se había presentado en varias ciudades, con un éxito total.
El aparato propagandístico giraba alrededor de “El Musical”. Gran despliegue escenográfico con ciento cincuenta bailarines, escenario giratorio, suelta de palomas y globos, una impecable orquesta y sobre todo ella: la grande, la odiada y amada Cassianne.
Detrás del telón, los tramoyistas corrían de aquí para allá; un cierto desorden, parloteo. Brillos y plumas por los pasillos. En el foso, la orquesta ensayaba.
El camarín, siempre herméticamente cerrado por su ayudante.
Aunque Cassiannne al ser dueña de un estilo, se encargaba de toda su producción.
Eela era diferente, lejos de escandaletes, no  pretendía rodearse de cosas exóticas. Su único pedido un camarín completo y con absoluta privacidad, sólo con acceso a su dama de compañía.
Era querida, sencilla, callada con sus compañeros.
Esa noche estaba nerviosa como nunca, un público difícil, dijeron.
Con las palmas hacia arriba elevó aún su protuberante pecho, colocó sobre su cabeza adornos de pedrerías y plumas que sostenía con glamour. Se persignó y salió a escena.
Iba pensando en las escaleras ¿por qué tan altas, sinuosas?¿por qué si había que  bajarlas como una diosa del Parnaso, con tacos tan altos?¿Si tropezara, si resbalase?. Entonces dilató las fosas nasales de su imperceptible nariz aguileña; ejercitó una respiración y se relajó.
Los primeros compases se dejaron oír, se ubicó detrás del telón. Se abrió lentamente.
La luz blanca dibujó un círculo perfecto; ahí estaba en toda su estatura, más de metro ochenta. Su cuerpo largo, elegante descendiendo con la melodía “My heart belongs to daddy”.
Las exclamaciones y la ovación tranquilizaron el corazón de Cassianne. Cada noche, salir a escena representaba un desafío, el calor del público la ayudaba.

Ella era novata en su estilo, sólo en tres años había saltado desde un casting a la fama. El atreverse fue su salvación. La  habían despedido de su puesto de analista de sistema  y no conseguía otro por estar súper calificada; esa era la respuesta que recibía cada vez que se presentaba a alguna entrevista.
Como muchos, tenía una familia que mantener y diciéndose hago cualquier cosa, con poquísimas posibilidades se presentó a dicho casting resultando ganadora por mayor puntaje.
De esa forma,  comenzó a bailar y trastornar corazones, especialmente en las primeras filas que eran ocupadas por ejecutivos que insistían en invitarla a sus departamentos; ofrecían viajes y todo lo imaginable.
Su camarín relucía en flores y elegía uno para  llevarse.
Salía por la puerta trasera para evitar el gentío. Su vestimenta daba un poco que pensar, siempre jeans, mocasines, sacos de cuero _invierno o verano- y una gorra con visera que ocultaba parte del rostro.
Siempre acompañada por esa señora mayor, fiel, tomaban un remisse que las aguardaba después de cada función.

En el escenario el espectáculo estaba por finalizar y entre bastidores preparada para recibirla con la capa que Cassianne se cubría estaba su acompañante, guardiana y ya con disimuladas canas. Juntas marcharon al camarín y se encerraron.
Cassianne la abrazó alzándola sobre su pecho, ella la acariciaba con dulzura mientras le interrogaba: ¿te cansaste mucho?, ¿llamo ahora?.
No, dame media hora…o no…mejor llamo ya. Tomó su celular, del otro lado le atendió su mujer; desde hacía diez años, la que lo convenció para que acepte ese trabajo.
Él le preguntó que flores quería, tengo rosas de todos colores, alelíes, iris.
-Las que vos quieras. No se demoren ¿venís con tu mamá, sí?. Terminé la cena., las nenas ya duermen, te esperan para desayunar así que tendrás que madrugar, mi amor.
No importa.
Con movimientos suaves se quitó el adorno de la cabeza, los aros; la malla estaba ya en el piso y con ella despareció Cassianne dejando la figura desnuda, bien proporcionada de un hombre joven que demaquillándose entró en la ducha silbando satisfecho “My Herat belongs to daddy”.


María Luisa Siciliani

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