jueves, 20 de diciembre de 2012

Mía, la otra gemela, de Natalia Samburgo













Mía, la otra gemela.
La historia de Mía, tal vez parezca un tanto espeluznante, macabra y del mal gusto.
A juzgar por los hechos, he decido contarla para adentrarnos sólo por un momento en esta realidad que supera ampliamente la ficción.
Mía era una adolescente más, en este bendito mundo pero con una particularidad un tanto atrayente que iremos descubriendo de a poco.
Una tarde calurosa de Enero, los mosquitos estaban bastantes fastidiosos y el sol parecía resquebrajar  todo concreto y ser mortal que anduviera caminando desprovisto de protección.
La postal de ese mes de verano era muy pintoresco, gente sentada afuera tomando mate abanicándose por el impertinente calor, niñas jugando a la rayuela. En cuanto al sexo opuesto, se dedicaban a competir y apostar sus últimos ahorros de casi todo un año para saber quién iba a embocar  la bolita en el hoyo de tierra.
Si mirábamos un poco más hacia nuestros costados podíamos toparnos con mamàs paseando a sus criaturas, ancianos tomados de las manos charlando muy placenteramente tal vez  de alguna hazaña vivida o situación que quedo pendiente.
Cuando de repente se oye un disparo en una de las casas linderas de Doña Felipa. Todos asustados y tenebrosos corrieron hacia el lugar donde el disparo fue efectuado.
Un cuerpo bocabajo yacía en la habitación de una de las gemelas. Atada de pies y manos, con la cabeza tapada con una bolsa de consorcio se encontraba la adolescente.
No lograban inferir quién era puesto que sus rasgos estaban un tanto desfigurados por la estrangulación que esta sufrió. Su vestimenta estaba rota, parecía haber sido arrancada con mucho furor, ira y bronca. Los moretones estaban a lo largo y a lo ancho de todo su delgado cuerpo. Sus cabellos teñidos de sangre denotaban la alevosía con la cual había sido ultrajada.
Cuando llega la policía forense, intenta alejar a los vecinos de la escena del crimen. Acongojados y sumidos en un recóndito dolor se retiran  para dar lugar a los científicos a realizar su tarea. Inmediatamente, un auto de alta gama polarizado se aproxima al lugar, se queda unos minutos y se da a la fuga.
Cuando el cuerpo de la niña era trasladado para realizarle la autopsia, llega la madre en un estado de nerviosismo tal que se avalancha ante el cuerpo de su venerada niña  y en un intento por descubrir quien era de las dos hermanas rompe la bolsa plástica que cubría su diminuto cuerpo. Sin lograr su cometido, la policía logra detenerla y sedarla, al menos eso la detenía por un instante. El informe forense había descubierto que la victima era Regina a través del ADN habían podido descifrar su identidad.
 Ahora bien ¿ dónde estaba Mía la otra gemela? ¿y quién había cometido semejante atrocidad?
Pasado un tiempo, integrantes del cuerpo especial forense logran indagar al presunto implicado del hecho. Un ex novio apodado el pulga. Este fue sobreseído y finalmente declarado culpable por el aberrante hecho. Por el crimen cometido le dieron cadena perpetua. No solo la violó si no también la estranguló y le disparó por la espalda, un verdadero cobarde!!!.
 Los motivos nunca fueron mencionados pero el veredicto final fue contundente, la resolución concluyó en que este tipo sabia lo que hacía desde un principio sintiendo ningún tipo de remordimiento o culpa. Típico de psicópatas.
 Al finalizar el caso el pulga se dirige al estrado paulatinamente y con voz ronca declara:
“disfrute cada segundo de su lenta y penosa agonía”. Ante semejante afirmación, todos quedaron sin habla. Rápidamente fue llevado a su celda, sin pena ni culpa caminaba lentamente, como si estuviera en paz consigo mismo. Y a todo esto ¿ dónde estaba Mía ? y  ¿qué papel preponderante cumplía ella en todo esto? Al cabo de un tiempo, se descubre que la entregadora de semejante bestialidad había sido ella. Enamorada perdidamente de este tal pulga, decide sacrificar su hermandad por su irreflexivo y enfermizo amor. Clandestinamente eran amantes, y estaban dispuestos a consagrar su pasión a como de lugar. Sometida por éste perspicaz adulador, encierra a su hermana para que esta sea presa fácil de su depredador. Convencida de hacer lo correcto, la droga, y la mantiene cautiva.
 Finalmente Mía fue condenada a cadena perpetua por planear el crimen y ser participe del mismo. Exitosamente el plan de los enamorados dio con los resultados esperados. Ella al saber que iba a pasar su vida tras las rejas, intenta disfrazarse  de hombre para filtrarse en la misma cárcel de máxima seguridad que su amado. Evadiendo todo tipo de requisa la bien conocida Mía, ahora se hacía llamar Roberto. Ropa holgada, cabello corto y porte masculino. Nada suponía lo contrario.
 Mía, Roberto y el pulga unidos. Por siempre.

                                                                       Natalia Samburgo

sábado, 15 de diciembre de 2012

Marta Enrique, prosando poemas.

Llueve.
El viento sacude las ramas de un álamo plateado, un aroma a jardín, a pastos dulces va filtrando por la ventana. No sé si fue el tiritar de las mismas, la causa de mi desvelo. Me encontré dando vueltas a la llavecita de una cajita musical con forma de piano; hace mucho que no la escuchaba.
Las notas de un villancico me transportan a los versos de Pedroni “Cuando estoy triste lijo/mi cajita de música”.
El aroma floral se entremezcla con la del palo santo “amarga, pero es como el amor que no muere y perdura”.
Me elevo hasta la palpitación del poeta adentrando en la historia de otros pueblos que huelen aún a madera, cuero, trigo, molienda y pan, donde subsisten en la atmósfera quieta: artesanías, herrerías, metal y fragua.
Allá a lo lejos, un melancólico dejo de violín, o tal vez sea de mi cajita  músical?
Me pregunto ¿qué olor tendrá mi tristeza ahora que no estás?
 Sin respuesta sé que esta noche de lluvia no ha borrado la esperanza que persiste en mis manos.



  


Albor
Cuaja el lucero, su cuantía de estrellas
Se recoge la noche en su manto de sombra
Y en el nexo perfecto de luz y tinieblas
Me araña la ventana, la alborada más bella.

Amanece y mis ojos extasiados se quedan
Queriendo perpetuar la maravilla
De este rito que siguen como en franca porfía
Donde raya la aurora para que nazca el día.

Prodigio que repite esta madre natura
Cuando engendra en nueve lunas
Se vuelca la cascada arrasante y dolida
Y el milagro del hijo, suelta el llanto a la vida.


                        Marta Enrique.

Cecilia Sánchez

Déjala correr
La tinta se secó. El sol se tornó ácido, tan cínico,  incapaz de germinar los jazmines frente al río.
No quedó ni la podredumbre de las promesas en noches de letargo, de destellos absurdos con los que tejiste una historia sin nudo posible.
Él tuvo su acto solemne, lo emancipaba, el daño menor. El cobarde escudo que lo auxiliaba en su razón…. por tu bien.
Espiaste a medias, con el ojo semi abierto, pequeña rendija para distorsionar su imagen. Y necesitaste siempre un poco más, ninguna prueba era la verdad porque no era eso lo que deseabas. No bastó con el escepticismo. Un sueño seco y agudo no atenuó el golpe. El viento arrasó también con la grana amarilla.
La encontraste, la verdad no te hizo libre, te ató infinitamente a la compasión, acorazando una semilla que nació de otra. No cediste, te volviste faro. Vos que supiste ser agua salada, donde peces impolutos y algas aterciopeladas se colmaban. No podías ser vela y derretirte en otras manos, tenías que ser la soledad del faro, incólume en el sur más inhumano.
¿Eras mejor que eso? En la noche siempre llena, no salías cuando estaba a medias. Ese dolor era tu pertenencia, todo tuyo. Los embates te dejaban en el lugar de las respuestas.
Sus caricias, susurros que te acunaban, eran filosas dagas. Cada vez que te amaba era una piedra en tu espalda. Pero a  vos te gustaba ser el blanco de la perfección. Una madera tallada en heridas, no había venda suficiente para evitar que  toda esa  luz se escapara.
Elegiste ser el perfume de una flor que no muere. En ese cuerpo el veneno echó raíces, se fundió con tu sangre y formó capas, sólo capas de amarga piel.
Mutaste y ahora no te encontrás. Eres recuerdo borroso,  noticia del día anterior. La tinta se secó, ahora escribes sin un gesto de emoción.  


                                                                                                                                              Ser

Era el habitáculo cálido,
había luz pero no incendiaba
había sonidos, como melodías
que acariciaban cuando no existía palabra.

Es el único lucero que brilla
aunque tenemos los ojos velados a él.
No se recuerda pero se extraña
Se anhela, se desea hasta la demencia
aunque no se conoce.

¿Será un precipicio, un túnel,
un laberinto, un resquicio,
un agujero sin centro?
Mi todo y mi nada,
mis aliadas para nombrarte
cuando no sé cómo llamarte.

María Luisa: narradora

Sin solución

Once de octubre: se suicidó Emiliana. Hoy. Tenía trece años.
Los medios dieron la noticia con patetismo, abriendo interrogatorios: cómo y por  qué si  pertenecía a una familia bien constituida, cursaba la escuela con excelentes notas, hablaba inglés y francés a la perfección.
Emiliana, quizás otra Electra, descansa en paz.
……………………………………………………………………………..
Emiliana  había nacido en el norte, su madre, soltera la regaló. Era muy joven,. Estaba sin trabajo y la criatura era un problema.
La familia Fuentes Echagüe estaba en trámites de adopción. Ella morena, dinámica, abogada. Él, algo mayor que ella, hombre de fortuna, irreflexivo.
Ni bien les avisaron – habían confirmado el pedido de adopción en todo el país- fueron  prontamente en su lujoso Audi.
Sólo tenía dos días e iba a tener dos madres.
Cuando Amalia la tuvo en sus brazos comenzaron a tejer ese hilo amoroso que sólo el que da y el que recibe siente y reconoce.
Sin pérdida de tiempo y alegres llamaron a amigos para que los ayudasen con trámites y compras, que en su ansiedad querían hacer. Hacia llá partieron los Ayerza, joven pareja sin hijos.
Emiliana era el centro, tenía un cierto aire de la familia materna adoptiva, morenita.
Terminados los preparativos necesarios, emprendieron el regreso. Roberto al volante, Ignacio a su lado; atrás Amalia con Emiliana en sus brazos y Graciela que repartía mimos a madre e hija.
Cruzaban un puente cuando el auto tumbó cayendo al río. Nadie supo después contar lo que pasó.
Los vecinos y bomberos llegaron antes que la policía. Roberto estaba desmayado y le sangraba la cabeza. El cuerpo de Ignacio flotaba inerte, al igual que el de Amalia. Graciela resultó con una pierna quebrada. Emiliana no aparecía.
La lluvia, la oscuridad, los nervios dificultaban la búsqueda.
Graciela, extraviada repetía: yo le dije. Como pudo avisó a los familiares.
Roberto quedó internado y a Graciela la enyesaron.
Terminó su declaración, siendo la única testigo; contrató los servicios de traslado y después quedó aletargada.
Un paisano a caballo, al otro día encontró a Emiliana flotando a un kilómetro aproximadamente, río arriba. Casi se pensó en un milagro. La bebé sólo tenía hambre.
Entonces, los diarios y la televisión dieron la noticia, pero como hoy las noticias mueren de sobredosis.
Emiliana pasó de los casi muertos brazos de Graciela, que igualmente le transmitían calor, a los de su tía Manuela, la mayor de las hermanas de Roberto. Soltera, ferviente  creyente, la única que aceptó a esa nena abandonada por su madre biológica y arrojada fatalmente a un río por su madre adoptiva.
Así comenzó la acorta vida de Emiliana. Corta en el tiempo universal, no en el suyo, porque desde que nació llevó el odio de un padre que insistentemente la abandonara.
Creció sana, robusta, sin embargo casi nunca sonreía.
Esta chica tan inteligente y hosca_ decían sus maestros. Siempre estás con trompa fruncida, le decía Manuela.
Roberto, después del accidente, se compró un pequeño crucero y vivía navegando. Nada de mujeres en mi vida, pensaba.
Visitaba a Manuela para llevarle dinero y que nada le faltara a Emiliana. Apenas hablaba y a la chica la miraba de modo indescifrable. Ante esas miradas, Emiliana se sentía culpable de las muertes, de ser como era. Ella amaba a ese hombre lejano, que no le permitía ningún acercamiento.
Se había enamorado sin motivos, sólo quería abrazarlo y que sea su padre, que todo había pasado, que olvidaran como lo intentaba ella por las noches, cuando se sumía en soledad.

El atardecer del 7 de octubre, apareció un Roberto amable, sonriente y les dio la noticia.
Manuela se alegró, finalmente Emiliana se iría a vivir con su padre, se desentendería de responsabilidades y volvería a su vida de antes. Que las asumiera la otra, la que se casaría con Roberto el sábado 15 de octubre.

   María Luisa Siciliani.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Poema de Navidad, Vinicius

Poema de Navidad


Para eso fuimos hechos:
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos-
Por eso tenemos brazos largos para los adioses
Manos para coger lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.

Así será nuestra vida:
Una tarde siempre para olvidar
Una estrella apagándose en la tiniebla
Un camino entre dos túmulos-
Por eso precisamos velar
Hablar bajo, pisar leve, ver
La noche dormir en silencio.

No hay mucho que decir:
Una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez de amor
Un rezo por quien se va-
Pero que esa hora no olvide
Y por ella nuestros corazones
Se abandonen graves y simples.

Porque para eso fuimos hechos:
Para la esperanza en el milagro
Para la participación de la poesía
Para ver el rostro de la muerte_
De repente nunca más esperaremos…
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas
Nacemos, inmensamente.

Vinicius de Moraes

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Haiku

Haiku
(en torno a J.L. Borges)

Algo me han dicho
La tarde y la montaña,
El sueño que olvidé.

Lo que yo siento
No es ahora otra cosa
Ya lo he perdido.

La ociosa espada
Sueña con sus batallas,
Desde aquel tiempo.

Oscuramente
No he movido las piezas.
Alguien lo sabe.

 Sofía Lozano

En el tablero
la música sabía
mas que la luna.

La vasta noche
el  sueño que olvide
son tu recuerdo.

Bajo el alero
la sombra que se alarga
alguien lo sabe.

En el desierto
ella también la mira
desde otro puerto.

Natalia Samburgo


sábado, 3 de noviembre de 2012

Cadáver exquisito

Las mañanas venían templadas y

La brisa cantarina bailoteaba en mi ventana.

Cuando en mi camino, te encontré.

La puerta se  abre al mundo exterior.

No existen fronteras

Entre tú y yo: el límite es piel.

……………………………….
El niño mira

Desde sus ojos de mármol

13/10/12
 Marta-Natalia-Sofía- María Cecilia- María Luisa- Susana

domingo, 14 de octubre de 2012

María Cecilia Sánchez



Fronteras
El día se estrella con la noche,
la noche soberbia reverbera el día,
se adueña del tiempo,
pasado, presente y futuro
inquietan al precavido,
se ensañan con el impertinente
y desalojan al apático.
Los pensamientos siguen curso
aunque las luces se extingan.
La máquina del mundo y el alma caminan
en un ritmo siempre dispar.
Brotan las dudas, se juran mentiras,
se escandalizan las avenidas,
las de tu espíritu y las que cruzan las esquinas.
Qué desconcierto, qué desidia,
no encuentro el dios que cicatriza las heridas.

Interrogante
Cuando llega el último tirón no estoy prevenida
El vacío puede llenarse,
para qué está la fantasía
Quién dirá cuando es cuando y cuando es nunca
Quién solucionará lo que se desea y abruma
Las palabras canalizan
envuelven, se aproximan
Confío en ellas porque son la única medida.
Lo imposible cautiva
invita,
me conmueve pensar
que aún sigo viva.

María Cecilia Sánchez M.

¿Qué pesan más en la cintura, los dolores o los recuerdos?
Pablo Neruda
La mujer sale de su casa, piensa,  mira hacia lo alto, al cielo  indeciso, hay sectores en los que algunas nubes parecen cargadas, llevan el color ceniciento  de las lápidas. Otros,  dejan abierta la posibilidad para descubrir un día espléndido. Decidió que las nubes se irían a otro cielo. Se levantó optimista, y era lunes,  la incluimos dentro del grupo de los que miran el vaso medio lleno o …¿creerá que si ella lo desea con su buen ánimo impedirá que llueva?
Optimista pero sin creer del todo lleva el paraguas. Recurriendo a aquellos pensamientos esotéricos que nunca la abandonan del todo,  recuerda que en ocasiones similares en que el día se comportaba más neurótico que ella y tocaba ir a terapia, a la salida la esperaba un torrencial. En mitad de la sesión comienzan a sentirse los truenos, los vidrios tiemblan, intenta mantenerse al margen pero son como el piropo grosero del que quisiéramos evadirnos en la calle, no hay forma de no oírlo. Así de violento así de certero.
Enojada con el clima que no se guió por su antojo a la vez  orgullosa de su intuición llega a la parada de colectivos. El agua se transforma en enemigo que no da tregua  y se filtra lentamente por los respiraderos de la ropa. Parece un día de bifurcaciones, podemos  asegurar que la noche anterior leyó a  Borges. Optó por sus laberintos que la llevarían a un sueño rápido y placentero en vez de hacer  interminables e improductivas consultas con la almohada. Se presenta una nueva ocasión para elegir, evalúa las peripecias, de un lado el mal tiempo, del otro, la cercanía de su próxima parada, el meditar caminando y por sobre todo, las maniobras y la plasticidad que precisará para no chocar ni mojar a ningún pasajero.
A la cuadra de echarse a  andar, una diminuta mujer, (no hacemos referencia a una pequeña dama o a una de edad temprana, sino a una anciana), de mirada transparente, cansada, la conmueve y le pide compartir el paraguas un par de cuadras. Nadie se negaría, lo haríamos incluso con el mayor agrado. La ternura o la culpa que brotan de la evocación a su abuela, la llevan a desviarse algunas cuadras cosa que se encarga de omitir ante las preguntas de esta otra mujer que ya le simpatiza por osada.
Una vez que se despide comienza a percibir que para salvaguardar aquellos frágiles pies ha incurrido en sumergir los suyos en las infaltables y múltiples lagunas urbanas. Elige continuar este sendero y retomar más adelante el camino habitual. Aún es lunes, aún es optimista, aún siente regocijo por haber hecho una acción que finge ser desinteresada, aún opta.
La vemos caminando, este nuevo sendero le simpatiza para explorarlo, optó por volver     unas cuadras cuando esté llegando. Ataviada en sus elucubraciones no previno el auto que a su paso alzó una ola inusitadamente veraniega, un gol de otro partido. No hay forma de presentar quejas o que alguien pague con unas míseras disculpas por este baldazo no pedido. El caballero andante siguió viaje.
Así es como la observamos tomar el colectivo que había evitado, con el agua a cuestas queriendo sacudirse y salpicar como perro bravo. Toma una veloz ducha, mientras esta lluvia artificial se lleva las secuelas de la real, se pregunta por el destino, ese poético nombre que le damos a nuestras decisiones, piensa en la libertad, en lo determinado, en la voluntad.
Al salir nuevamente se endereza cuán larga es, mira en todas las direcciones y la escuchamos vociferar a nadie, aunque sabemos que nos habla a nosotros: puedo sentir el peso de mis elecciones en la cintura.

María Cecilia Sánchez M.

martes, 2 de octubre de 2012

María Luisa Siciliani

Cassianne

Las localidades del Teatro Olimpo se habían agotado. Decían que hasta se había pagado sobreprecio.
¡Inaudito. No es gran cosa y con esta crisis!
En los medios se oían diferentes voces, cuando lo usual es la tautología.
La obra ya se había presentado en varias ciudades, con un éxito total.
El aparato propagandístico giraba alrededor de “El Musical”. Gran despliegue escenográfico con ciento cincuenta bailarines, escenario giratorio, suelta de palomas y globos, una impecable orquesta y sobre todo ella: la grande, la odiada y amada Cassianne.
Detrás del telón, los tramoyistas corrían de aquí para allá; un cierto desorden, parloteo. Brillos y plumas por los pasillos. En el foso, la orquesta ensayaba.
El camarín, siempre herméticamente cerrado por su ayudante.
Aunque Cassiannne al ser dueña de un estilo, se encargaba de toda su producción.
Eela era diferente, lejos de escandaletes, no  pretendía rodearse de cosas exóticas. Su único pedido un camarín completo y con absoluta privacidad, sólo con acceso a su dama de compañía.
Era querida, sencilla, callada con sus compañeros.
Esa noche estaba nerviosa como nunca, un público difícil, dijeron.
Con las palmas hacia arriba elevó aún su protuberante pecho, colocó sobre su cabeza adornos de pedrerías y plumas que sostenía con glamour. Se persignó y salió a escena.
Iba pensando en las escaleras ¿por qué tan altas, sinuosas?¿por qué si había que  bajarlas como una diosa del Parnaso, con tacos tan altos?¿Si tropezara, si resbalase?. Entonces dilató las fosas nasales de su imperceptible nariz aguileña; ejercitó una respiración y se relajó.
Los primeros compases se dejaron oír, se ubicó detrás del telón. Se abrió lentamente.
La luz blanca dibujó un círculo perfecto; ahí estaba en toda su estatura, más de metro ochenta. Su cuerpo largo, elegante descendiendo con la melodía “My heart belongs to daddy”.
Las exclamaciones y la ovación tranquilizaron el corazón de Cassianne. Cada noche, salir a escena representaba un desafío, el calor del público la ayudaba.

Ella era novata en su estilo, sólo en tres años había saltado desde un casting a la fama. El atreverse fue su salvación. La  habían despedido de su puesto de analista de sistema  y no conseguía otro por estar súper calificada; esa era la respuesta que recibía cada vez que se presentaba a alguna entrevista.
Como muchos, tenía una familia que mantener y diciéndose hago cualquier cosa, con poquísimas posibilidades se presentó a dicho casting resultando ganadora por mayor puntaje.
De esa forma,  comenzó a bailar y trastornar corazones, especialmente en las primeras filas que eran ocupadas por ejecutivos que insistían en invitarla a sus departamentos; ofrecían viajes y todo lo imaginable.
Su camarín relucía en flores y elegía uno para  llevarse.
Salía por la puerta trasera para evitar el gentío. Su vestimenta daba un poco que pensar, siempre jeans, mocasines, sacos de cuero _invierno o verano- y una gorra con visera que ocultaba parte del rostro.
Siempre acompañada por esa señora mayor, fiel, tomaban un remisse que las aguardaba después de cada función.

En el escenario el espectáculo estaba por finalizar y entre bastidores preparada para recibirla con la capa que Cassianne se cubría estaba su acompañante, guardiana y ya con disimuladas canas. Juntas marcharon al camarín y se encerraron.
Cassianne la abrazó alzándola sobre su pecho, ella la acariciaba con dulzura mientras le interrogaba: ¿te cansaste mucho?, ¿llamo ahora?.
No, dame media hora…o no…mejor llamo ya. Tomó su celular, del otro lado le atendió su mujer; desde hacía diez años, la que lo convenció para que acepte ese trabajo.
Él le preguntó que flores quería, tengo rosas de todos colores, alelíes, iris.
-Las que vos quieras. No se demoren ¿venís con tu mamá, sí?. Terminé la cena., las nenas ya duermen, te esperan para desayunar así que tendrás que madrugar, mi amor.
No importa.
Con movimientos suaves se quitó el adorno de la cabeza, los aros; la malla estaba ya en el piso y con ella despareció Cassianne dejando la figura desnuda, bien proporcionada de un hombre joven que demaquillándose entró en la ducha silbando satisfecho “My Herat belongs to daddy”.


María Luisa Siciliani

Marta Enrique




Ruego
A José Pedroni

Madre, yo no sé qué hacer
para disipar su enojo,
mi amor se me vuelve grito
y usted le pone cerrojo.

Él, un herrero candente,
que me deja sin aliento.
Yo, una frágil amapola,
que la deshojan los vientos.

En el baile entre sus brazos      
toda temblor, toda gozo.
Me va fogueando mi cuerpo
con las chispas de sus ojos.
De noche cuando me acuesto
sueño que forja mi cama,
el humo que suelta el hierro
se filtra por la ventana.

Por más que cierre postigos
se me escapan los suspiros
y ese calor  de la fragua
se viene a dormir conmigo.

Madre, si la luna hablara
Madre, si escuchase el río!
Dirán que muero de amor
en un grito contenido.

Por el amor de madre
que se adivina en sus ojos
déjeme casar con él!
le estoy rogando de hinojo

Por mi vestido de novia
y este ramito de lirios
no permita que lo estrene
con lumbre de cuatro cirios.

Marta Enrique

Recuerdos

Tengo un cofre con candado
de pino color marrón.
Tengo un chupete rosado
con forma de corazón.

Guardé un babero bordado
con rositas rococó.
Guardé un mechón de tu pelo
atado con un cordón.

Lo que no guarda ese cofre
lo guarda mi corazón.
Marta Enrique


Adolescente

Adolescente…no sólo es un rostro brotado a primavera; a veces, paisaje en blanco y negro, estallando en gritos estertóreos y otras…columpios de sueños reposados.

Imaginate una escuadra: transparentando la vida.

En el vértice inicial te sostiene mi mano, te voy soltando para que avances.
Te espera la aventura, caminos arriesgados.
Puedes salir ileso, o las trampas del amor te suelten chamuscado.
El final, quién lo sabe, hijo -como en un mazo de naipe- tiene la suerte echada.

Marta Enrique

Natalia Samburgo




El golpe final

Cuando me recobré ya era otra. Eso fue lo que ocurrió. Yo aguardaba a que prosiguiera, dijo cautelosamente: Fue como haber batallado mil peleas en una sola. Confiaba en que todo saldría bien. Tenía plena seguridad de ello. Sin embargo, cuando menos me lo esperaba ella vino directo a mi, a una velocidad que no pude detener. Mi cuerpo y mi mente se desplomaron, derrumbándose en milésimas de segundos. El olor del asfalto era sinónimo de una derrota inminente. Haber conocido a mi adversario hizo que mi coartada cambiara de una vez para siempre.

Natalia Samburgo

Manos
Manos que acompañan,
Que pintan, que bailan,
Que recorren, que sanan,
Que cuidan, que aman,

Tus manos y las mías
Por siempre entrelazadas.
Cuando mis manos y las tuyas
No dancen en el agua,
No es que ya no quiera,
Es que están cansadas.

Natalia Samburgo


Paisaje

El incesante pensamiento de lo perdido, el fangoso terreno intransitable de aquel paisaje  inhóspito., hacía olvidar toda preocupación reinante.
Montañas y pastizales, distintos verdes, no hacían otra cosa que mencionar lo vivido.
Ser puntual ya no importaba…las horas: sólo recuerdo.
Cuando su ánimo estaba caldeado corría sin rumbo y la esbelta figura se desvanecía en un paisaje, infinito.

Natalia Samburgo

lunes, 17 de septiembre de 2012

Poemas de Reynaldo Uribe

Casa de vidrio
a Inés Santa Cruz

Resistencia
no es
invitación al
exorcismo.

Intemperie
para el militante de la vida
es sitiar el espejo,
respirar juntos,
convocando
la palabra.

Deseos de mañana

Una baba verde
crece
por las paredes viejas.

Tal vez un sueño
de futuro
o muertos
que resisten
el olvido.


martes, 28 de agosto de 2012

Poemas de Reinaldo Arenas

El mundo alucinante (fragmento)

" El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.
(…)
Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.
(…)
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera. "