jueves, 20 de diciembre de 2012

Mía, la otra gemela, de Natalia Samburgo













Mía, la otra gemela.
La historia de Mía, tal vez parezca un tanto espeluznante, macabra y del mal gusto.
A juzgar por los hechos, he decido contarla para adentrarnos sólo por un momento en esta realidad que supera ampliamente la ficción.
Mía era una adolescente más, en este bendito mundo pero con una particularidad un tanto atrayente que iremos descubriendo de a poco.
Una tarde calurosa de Enero, los mosquitos estaban bastantes fastidiosos y el sol parecía resquebrajar  todo concreto y ser mortal que anduviera caminando desprovisto de protección.
La postal de ese mes de verano era muy pintoresco, gente sentada afuera tomando mate abanicándose por el impertinente calor, niñas jugando a la rayuela. En cuanto al sexo opuesto, se dedicaban a competir y apostar sus últimos ahorros de casi todo un año para saber quién iba a embocar  la bolita en el hoyo de tierra.
Si mirábamos un poco más hacia nuestros costados podíamos toparnos con mamàs paseando a sus criaturas, ancianos tomados de las manos charlando muy placenteramente tal vez  de alguna hazaña vivida o situación que quedo pendiente.
Cuando de repente se oye un disparo en una de las casas linderas de Doña Felipa. Todos asustados y tenebrosos corrieron hacia el lugar donde el disparo fue efectuado.
Un cuerpo bocabajo yacía en la habitación de una de las gemelas. Atada de pies y manos, con la cabeza tapada con una bolsa de consorcio se encontraba la adolescente.
No lograban inferir quién era puesto que sus rasgos estaban un tanto desfigurados por la estrangulación que esta sufrió. Su vestimenta estaba rota, parecía haber sido arrancada con mucho furor, ira y bronca. Los moretones estaban a lo largo y a lo ancho de todo su delgado cuerpo. Sus cabellos teñidos de sangre denotaban la alevosía con la cual había sido ultrajada.
Cuando llega la policía forense, intenta alejar a los vecinos de la escena del crimen. Acongojados y sumidos en un recóndito dolor se retiran  para dar lugar a los científicos a realizar su tarea. Inmediatamente, un auto de alta gama polarizado se aproxima al lugar, se queda unos minutos y se da a la fuga.
Cuando el cuerpo de la niña era trasladado para realizarle la autopsia, llega la madre en un estado de nerviosismo tal que se avalancha ante el cuerpo de su venerada niña  y en un intento por descubrir quien era de las dos hermanas rompe la bolsa plástica que cubría su diminuto cuerpo. Sin lograr su cometido, la policía logra detenerla y sedarla, al menos eso la detenía por un instante. El informe forense había descubierto que la victima era Regina a través del ADN habían podido descifrar su identidad.
 Ahora bien ¿ dónde estaba Mía la otra gemela? ¿y quién había cometido semejante atrocidad?
Pasado un tiempo, integrantes del cuerpo especial forense logran indagar al presunto implicado del hecho. Un ex novio apodado el pulga. Este fue sobreseído y finalmente declarado culpable por el aberrante hecho. Por el crimen cometido le dieron cadena perpetua. No solo la violó si no también la estranguló y le disparó por la espalda, un verdadero cobarde!!!.
 Los motivos nunca fueron mencionados pero el veredicto final fue contundente, la resolución concluyó en que este tipo sabia lo que hacía desde un principio sintiendo ningún tipo de remordimiento o culpa. Típico de psicópatas.
 Al finalizar el caso el pulga se dirige al estrado paulatinamente y con voz ronca declara:
“disfrute cada segundo de su lenta y penosa agonía”. Ante semejante afirmación, todos quedaron sin habla. Rápidamente fue llevado a su celda, sin pena ni culpa caminaba lentamente, como si estuviera en paz consigo mismo. Y a todo esto ¿ dónde estaba Mía ? y  ¿qué papel preponderante cumplía ella en todo esto? Al cabo de un tiempo, se descubre que la entregadora de semejante bestialidad había sido ella. Enamorada perdidamente de este tal pulga, decide sacrificar su hermandad por su irreflexivo y enfermizo amor. Clandestinamente eran amantes, y estaban dispuestos a consagrar su pasión a como de lugar. Sometida por éste perspicaz adulador, encierra a su hermana para que esta sea presa fácil de su depredador. Convencida de hacer lo correcto, la droga, y la mantiene cautiva.
 Finalmente Mía fue condenada a cadena perpetua por planear el crimen y ser participe del mismo. Exitosamente el plan de los enamorados dio con los resultados esperados. Ella al saber que iba a pasar su vida tras las rejas, intenta disfrazarse  de hombre para filtrarse en la misma cárcel de máxima seguridad que su amado. Evadiendo todo tipo de requisa la bien conocida Mía, ahora se hacía llamar Roberto. Ropa holgada, cabello corto y porte masculino. Nada suponía lo contrario.
 Mía, Roberto y el pulga unidos. Por siempre.

                                                                       Natalia Samburgo

sábado, 15 de diciembre de 2012

Marta Enrique, prosando poemas.

Llueve.
El viento sacude las ramas de un álamo plateado, un aroma a jardín, a pastos dulces va filtrando por la ventana. No sé si fue el tiritar de las mismas, la causa de mi desvelo. Me encontré dando vueltas a la llavecita de una cajita musical con forma de piano; hace mucho que no la escuchaba.
Las notas de un villancico me transportan a los versos de Pedroni “Cuando estoy triste lijo/mi cajita de música”.
El aroma floral se entremezcla con la del palo santo “amarga, pero es como el amor que no muere y perdura”.
Me elevo hasta la palpitación del poeta adentrando en la historia de otros pueblos que huelen aún a madera, cuero, trigo, molienda y pan, donde subsisten en la atmósfera quieta: artesanías, herrerías, metal y fragua.
Allá a lo lejos, un melancólico dejo de violín, o tal vez sea de mi cajita  músical?
Me pregunto ¿qué olor tendrá mi tristeza ahora que no estás?
 Sin respuesta sé que esta noche de lluvia no ha borrado la esperanza que persiste en mis manos.



  


Albor
Cuaja el lucero, su cuantía de estrellas
Se recoge la noche en su manto de sombra
Y en el nexo perfecto de luz y tinieblas
Me araña la ventana, la alborada más bella.

Amanece y mis ojos extasiados se quedan
Queriendo perpetuar la maravilla
De este rito que siguen como en franca porfía
Donde raya la aurora para que nazca el día.

Prodigio que repite esta madre natura
Cuando engendra en nueve lunas
Se vuelca la cascada arrasante y dolida
Y el milagro del hijo, suelta el llanto a la vida.


                        Marta Enrique.

Cecilia Sánchez

Déjala correr
La tinta se secó. El sol se tornó ácido, tan cínico,  incapaz de germinar los jazmines frente al río.
No quedó ni la podredumbre de las promesas en noches de letargo, de destellos absurdos con los que tejiste una historia sin nudo posible.
Él tuvo su acto solemne, lo emancipaba, el daño menor. El cobarde escudo que lo auxiliaba en su razón…. por tu bien.
Espiaste a medias, con el ojo semi abierto, pequeña rendija para distorsionar su imagen. Y necesitaste siempre un poco más, ninguna prueba era la verdad porque no era eso lo que deseabas. No bastó con el escepticismo. Un sueño seco y agudo no atenuó el golpe. El viento arrasó también con la grana amarilla.
La encontraste, la verdad no te hizo libre, te ató infinitamente a la compasión, acorazando una semilla que nació de otra. No cediste, te volviste faro. Vos que supiste ser agua salada, donde peces impolutos y algas aterciopeladas se colmaban. No podías ser vela y derretirte en otras manos, tenías que ser la soledad del faro, incólume en el sur más inhumano.
¿Eras mejor que eso? En la noche siempre llena, no salías cuando estaba a medias. Ese dolor era tu pertenencia, todo tuyo. Los embates te dejaban en el lugar de las respuestas.
Sus caricias, susurros que te acunaban, eran filosas dagas. Cada vez que te amaba era una piedra en tu espalda. Pero a  vos te gustaba ser el blanco de la perfección. Una madera tallada en heridas, no había venda suficiente para evitar que  toda esa  luz se escapara.
Elegiste ser el perfume de una flor que no muere. En ese cuerpo el veneno echó raíces, se fundió con tu sangre y formó capas, sólo capas de amarga piel.
Mutaste y ahora no te encontrás. Eres recuerdo borroso,  noticia del día anterior. La tinta se secó, ahora escribes sin un gesto de emoción.  


                                                                                                                                              Ser

Era el habitáculo cálido,
había luz pero no incendiaba
había sonidos, como melodías
que acariciaban cuando no existía palabra.

Es el único lucero que brilla
aunque tenemos los ojos velados a él.
No se recuerda pero se extraña
Se anhela, se desea hasta la demencia
aunque no se conoce.

¿Será un precipicio, un túnel,
un laberinto, un resquicio,
un agujero sin centro?
Mi todo y mi nada,
mis aliadas para nombrarte
cuando no sé cómo llamarte.

María Luisa: narradora

Sin solución

Once de octubre: se suicidó Emiliana. Hoy. Tenía trece años.
Los medios dieron la noticia con patetismo, abriendo interrogatorios: cómo y por  qué si  pertenecía a una familia bien constituida, cursaba la escuela con excelentes notas, hablaba inglés y francés a la perfección.
Emiliana, quizás otra Electra, descansa en paz.
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Emiliana  había nacido en el norte, su madre, soltera la regaló. Era muy joven,. Estaba sin trabajo y la criatura era un problema.
La familia Fuentes Echagüe estaba en trámites de adopción. Ella morena, dinámica, abogada. Él, algo mayor que ella, hombre de fortuna, irreflexivo.
Ni bien les avisaron – habían confirmado el pedido de adopción en todo el país- fueron  prontamente en su lujoso Audi.
Sólo tenía dos días e iba a tener dos madres.
Cuando Amalia la tuvo en sus brazos comenzaron a tejer ese hilo amoroso que sólo el que da y el que recibe siente y reconoce.
Sin pérdida de tiempo y alegres llamaron a amigos para que los ayudasen con trámites y compras, que en su ansiedad querían hacer. Hacia llá partieron los Ayerza, joven pareja sin hijos.
Emiliana era el centro, tenía un cierto aire de la familia materna adoptiva, morenita.
Terminados los preparativos necesarios, emprendieron el regreso. Roberto al volante, Ignacio a su lado; atrás Amalia con Emiliana en sus brazos y Graciela que repartía mimos a madre e hija.
Cruzaban un puente cuando el auto tumbó cayendo al río. Nadie supo después contar lo que pasó.
Los vecinos y bomberos llegaron antes que la policía. Roberto estaba desmayado y le sangraba la cabeza. El cuerpo de Ignacio flotaba inerte, al igual que el de Amalia. Graciela resultó con una pierna quebrada. Emiliana no aparecía.
La lluvia, la oscuridad, los nervios dificultaban la búsqueda.
Graciela, extraviada repetía: yo le dije. Como pudo avisó a los familiares.
Roberto quedó internado y a Graciela la enyesaron.
Terminó su declaración, siendo la única testigo; contrató los servicios de traslado y después quedó aletargada.
Un paisano a caballo, al otro día encontró a Emiliana flotando a un kilómetro aproximadamente, río arriba. Casi se pensó en un milagro. La bebé sólo tenía hambre.
Entonces, los diarios y la televisión dieron la noticia, pero como hoy las noticias mueren de sobredosis.
Emiliana pasó de los casi muertos brazos de Graciela, que igualmente le transmitían calor, a los de su tía Manuela, la mayor de las hermanas de Roberto. Soltera, ferviente  creyente, la única que aceptó a esa nena abandonada por su madre biológica y arrojada fatalmente a un río por su madre adoptiva.
Así comenzó la acorta vida de Emiliana. Corta en el tiempo universal, no en el suyo, porque desde que nació llevó el odio de un padre que insistentemente la abandonara.
Creció sana, robusta, sin embargo casi nunca sonreía.
Esta chica tan inteligente y hosca_ decían sus maestros. Siempre estás con trompa fruncida, le decía Manuela.
Roberto, después del accidente, se compró un pequeño crucero y vivía navegando. Nada de mujeres en mi vida, pensaba.
Visitaba a Manuela para llevarle dinero y que nada le faltara a Emiliana. Apenas hablaba y a la chica la miraba de modo indescifrable. Ante esas miradas, Emiliana se sentía culpable de las muertes, de ser como era. Ella amaba a ese hombre lejano, que no le permitía ningún acercamiento.
Se había enamorado sin motivos, sólo quería abrazarlo y que sea su padre, que todo había pasado, que olvidaran como lo intentaba ella por las noches, cuando se sumía en soledad.

El atardecer del 7 de octubre, apareció un Roberto amable, sonriente y les dio la noticia.
Manuela se alegró, finalmente Emiliana se iría a vivir con su padre, se desentendería de responsabilidades y volvería a su vida de antes. Que las asumiera la otra, la que se casaría con Roberto el sábado 15 de octubre.

   María Luisa Siciliani.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Poema de Navidad, Vinicius

Poema de Navidad


Para eso fuimos hechos:
Para recordar y ser recordados
Para llorar y hacer llorar
Para enterrar a nuestros muertos-
Por eso tenemos brazos largos para los adioses
Manos para coger lo que fue dado
Dedos para cavar la tierra.

Así será nuestra vida:
Una tarde siempre para olvidar
Una estrella apagándose en la tiniebla
Un camino entre dos túmulos-
Por eso precisamos velar
Hablar bajo, pisar leve, ver
La noche dormir en silencio.

No hay mucho que decir:
Una canción sobre una cuna
Un verso, tal vez de amor
Un rezo por quien se va-
Pero que esa hora no olvide
Y por ella nuestros corazones
Se abandonen graves y simples.

Porque para eso fuimos hechos:
Para la esperanza en el milagro
Para la participación de la poesía
Para ver el rostro de la muerte_
De repente nunca más esperaremos…
Hoy la noche es joven; de la muerte, apenas
Nacemos, inmensamente.

Vinicius de Moraes