sábado, 15 de diciembre de 2012

Marta Enrique, prosando poemas.

Llueve.
El viento sacude las ramas de un álamo plateado, un aroma a jardín, a pastos dulces va filtrando por la ventana. No sé si fue el tiritar de las mismas, la causa de mi desvelo. Me encontré dando vueltas a la llavecita de una cajita musical con forma de piano; hace mucho que no la escuchaba.
Las notas de un villancico me transportan a los versos de Pedroni “Cuando estoy triste lijo/mi cajita de música”.
El aroma floral se entremezcla con la del palo santo “amarga, pero es como el amor que no muere y perdura”.
Me elevo hasta la palpitación del poeta adentrando en la historia de otros pueblos que huelen aún a madera, cuero, trigo, molienda y pan, donde subsisten en la atmósfera quieta: artesanías, herrerías, metal y fragua.
Allá a lo lejos, un melancólico dejo de violín, o tal vez sea de mi cajita  músical?
Me pregunto ¿qué olor tendrá mi tristeza ahora que no estás?
 Sin respuesta sé que esta noche de lluvia no ha borrado la esperanza que persiste en mis manos.



  


Albor
Cuaja el lucero, su cuantía de estrellas
Se recoge la noche en su manto de sombra
Y en el nexo perfecto de luz y tinieblas
Me araña la ventana, la alborada más bella.

Amanece y mis ojos extasiados se quedan
Queriendo perpetuar la maravilla
De este rito que siguen como en franca porfía
Donde raya la aurora para que nazca el día.

Prodigio que repite esta madre natura
Cuando engendra en nueve lunas
Se vuelca la cascada arrasante y dolida
Y el milagro del hijo, suelta el llanto a la vida.


                        Marta Enrique.

No hay comentarios:

Publicar un comentario